1 de diciembre: El evangelio para todos

Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María,
la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu
Santo, y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres,
y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a
mí, que la madre de mi Señor venga a mí? Porque tan pronto
como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura
saltó de alegría en mi vientre. Y bienaventurada la que creyó,
porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor.

Entonces María dijo:
Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu
se regocija en Dios mi Salvador.
Lucas 1:41-47

El Evangelio de Lucas no comienza con una imponente genealogía como Mateo, o con la predicación de un gran hombre como Juan el Bautista, como hace Marcos. Lucas comienza con un sacerdote sin suficiente fe y mudo, una mujer estéril, otra cuya virginidad puede ser cuestionada, y dos niños. Zacarías es un sacerdote de “casta”, quien “según el orden de su clase” (v. 8) ofrece incienso en el templo para luego dirigir su bendición a la multitud que espera fuera. Pero no puede hacerlo porque su carencia de fe lo ha vuelto mudo (v. 20), hasta el momento en el que se cumple la profecía del nacimiento de su hijo. Su falta de habla es también indicativa de otro aspecto importante: a diferencia de otros evangelios, aquí la historia se cuenta desde la perspectiva de las mujeres.

Elisabet es mayor y estéril. Esto era una desgracia, pero mucho más para una mujer, puesto que la culpa recaía siempre sobre ella (v. 7) y en la tradición se asociaba a su pecado o a una falta de favor por parte de Dios. Sin embargo, hay una reivindicación de Elisabet: no solo era justa como su marido, sino que andaba irreprensible en los caminos del Señor (v. 6). Además, como Zacarías, proviene de una familia de sacerdotes: ella era hija de Aarón (v. 5). No solo se queda embarazada, sino que se llena del Espíritu Santo, convirtiéndose en la primera persona que da testimonio de la llegada del Salvador al mundo (vv. 41-45). Sin embargo, es su pariente María quien nos da el ejemplo más extraordinario de fe ante lo que parece imposible y de una respuesta comprometida (v. 38). Aunque la palabra “sierva” parece remitir a la sumisión y al servilismo, si pensamos en quiénes se han definido como “siervos” de Dios a lo largo de la Biblia (Moisés, Josué, Abraham, David, Isaac, Jacob, los profetas, Ana), vemos que tiene un sentido más positivo, y más activo. María anticipa el ejemplo de su hijo Jesús, el gran Siervo. Su cántico lleno de gozo, que tiene ecos de las canciones de Miriam (Éx. 15:20-21) y, sobre todo, de Ana (1 S. 1:11, 2:1-10), habla de victoria: ella no ha merecido la gracia de Dios, pero la ha recibido igualmente. Dios ha visto su pequeñez y ha sido reivindicada. Como bien resume Elisabet, “bienaventurada la que creyó” (v. 45). Eso es lo que caracteriza a estas dos mujeres.

Podemos concluir, pues, que el comienzo de Lucas en el fondo se asemeja más al mensaje con el que abre Juan: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad para ser hechos hijos (e hijas) de Dios” (Jn. 1:12, el énfasis es mío). Este evangelio que vas a comenzar es para ti. La gracia de Dios es para todos. No importa quién seas, o la importancia que te conceda el mundo o la que te des a ti mismo/a: Dios pensó su plan de salvación contigo en mente. Lo importante ahora es ¿cuál va a ser tu respuesta?

Puedes leer los tres primeros días aquí y después continuar la lectura en el libro físico o en ebook.

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