Rara es la persona que no quiere amar y ser amada. El amor parece algo intrínseco a nuestra humanidad. […] Pero, independientemente de cómo se explique, existe un consenso casi universal sobre el hecho de que necesitamos amor para vivir y crecer como seres humanos. Por naturaleza somos seres sociales y hallamos en la relación con los demás nuestra identidad, sentido, placer y alegría. En este sentido, el amor es poderoso y transformador en lo personal. En cierta manera, ser amados nos libera para amar a otros. Ya seamos hombre o mujer, en todas las generaciones y culturas, el amor nos atrae y nos fascina constantemente. […]
Aunque pueda resultar complicado definirlo con exactitud, percibimos que sabemos reconocer el amor saludable cuando lo vemos, y que siempre es bueno. La idea de un amor desapasionado o indiferente nos parece un oxímoron, una contradicción en sus términos. Por definición, el amor conlleva un apego emocional a aquello que amamos, en ocasiones acompañado por un gozo profundo, así como por un intenso sufrimiento. El amor no es frío y apático; conlleva sentir empatía por otros, ya sea para regocijarse con sus buenas noticias o para lamentar con ellos sus pérdidas.
En otras palabras, el amor escucha y el amor se interesa.
El interés genuino por el otro conlleva un compromiso que está determinadamente orientado hacia su bienestar, ya sea espiritual, físico o emocional. En este sentido, el amor es tanto una actitud (empatía, compasión, interés) como un acto (responder a las necesidades ajenas). […]
El amor se manifiesta en una vida orientada no hacia uno mismo sino hacia el servicio de otros: es la antítesis del egoísmo. Busca lo mejor para el otro en una relación que fomenta la vida, el crecimiento, el respeto y el progreso humanos. […]
El amor por los amigos, los miembros de la familia, los hermanos cristianos y otros no suele adoptar, habitualmente, una forma pública y legal, pero generalmente el amor conlleva lo que se ha llamado un compromiso “incondicional” de mantenerse junto al otro para su beneficio, sean cuales fueren las circunstancias cambiantes de esa relación a lo largo del tiempo. Sin embargo, los compromisos incondicionales tienden a ser bastante incómodos además de gratificantes.
En este sentido, “el amor cuesta”.
Supone dar un arriesgado paso de fe para amar a la pareja. Puede significar tener que cuidar a un cónyuge con una enfermedad terminal, invertir la vida en el servicio a los pobres, o ver cómo nos rompen el corazón al ignorar, menospreciar o rechazar nuestro amor. Por eso, el amor no tiene sentido si el objetivo de una vida feliz y plena es priorizar los deseos y las necesidades de uno mismo. Desde este punto de vista, amar a los enemigos, como manda hacerlo Jesús, se convierte en un absurdo casi incomprensible. Por consiguiente, no es casualidad que el amor se asocie a menudo con el altruismo, cuando anteponemos el bienestar de otros al nuestro propio. […]
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