El ser humano necesita “pertenecer”, sentir los lazos que le unen a otros, y especialmente los de su familia. Hoy parece que hay más desapego que sentido de raigambre. Y eso no es bueno en absoluto. Ya dijo Dios que no era buena la soledad (Génesis 2:18).
Si la soledad es insana irá acompañada de ansiedad, necesidad de apoyo y miedo constante, y se hará muy difícil transmitir ningún valor en un caldo de cultivo con esas características.
¿Entonces qué? ¿Cómo salimos airosos en el intento de educar?
Para dar una respuesta tremendamente sencilla y utilizando la “c” de la palabra “casa” —que nos recuerda el hogar y la familia—, voy a proponer que, para sobrevivir bien, según mi punto de vista, en las relaciones familiares debemos trabajar y construir sobre cinco palabras que también empiezan por la letra “c”:
1. Cristo
La primera “c” necesaria para construir bien una familia cristiana es la “c” de Cristo.
El texto que dice “cordón de tres dobleces no se rompe fácil” (Eclesiastés 4:12), nos hace reflexionar en la importancia de que el Señor ocupe un lugar muy preponderante en el matrimonio y, como extensión, en toda la familia.
Ser tres, en vez de dos, hace que el matrimonio sea mucho más fuerte. Una cuerda delgada puede parecer muy frágil, pero cuando se juntan varias cuerdas llegan a tener una gran resistencia. Y es por eso que, poder contar con Cristo como una cuerda más, es el primer secreto de una familia unida y que va a ir evolucionando bien.
Buscar a Dios en oración y leer juntos la Biblia en el hogar es imprescindible para pedir su dirección y ayuda en tanta batalla a la que nos tenemos que enfrentar cada día. ¡Pero qué gran diferencia encontraremos si luchamos juntos, entrelazados con él!
2. Construcción
La segunda “c” será la que implique que construimos en el seno de la familia, por acción y por omisión. Siempre estamos construyendo, cuando hacemos algo y cuando no lo hacemos. En todo momento somos modelos indiscutibles para nuestros hijos y nietos.
Es interesante que el texto, que ha sido la base del punto anterior, no dice que “cordón de tres dobleces no se rompe nunca”, sino dice que “no se rompe fácil”. Esta sutil diferencia hace que tengamos que tener mucho cuidado en cómo construimos, porque siempre hay que estar alerta en cuanto a los peligros que nos rodean y que amenazan a la familia.
Las familias han de volver a reflexionar en qué consiste construir. Deben saber que para educar se necesita mucho tiempo y un lugar adecuado: el hogar.
Debemos tener en cuenta que podemos delegar en terceros la instrucción de los hijos, pero nunca la educación. Ese es un territorio de los padres y no se pueden perder minutos ni horas, porque la vida pasa muy deprisa y el “árbol” que, al principio es fácil de enderezar, engrosa su tronco y con los años ya no es corregible.
3. Compromiso
La tercera “c” de casa es el compromiso, pero todos sabemos que en la sociedad actual esta palabra no está de moda. El compromiso tiene que ver con responsabilidad, con decisión, con poner antes la razón que la emoción, con saber lo que debemos hacer y hacerlo.
El compromiso da solidez y estabilidad a las familias, pero vivimos sin este ingrediente imprescindible para la unión y la estabilidad familiar porque, en este mundo cambiante, nada se cimenta bien. Todo parece superficial, momentáneo y sin necesidad de tomar decisiones serias.
Ciertamente, el mundo de hoy no solo vive acelerado, sino que vivimos de forma provisional. Sin echar raíces, sin comprometernos con nada ni con nadie, y eso es terrible para las futuras generaciones.
4. Confianza
No se puede construir nada sólido sin confianza. Los seres humanos tenemos la imperiosa necesidad de confiar en alguien.
Para el cristiano confiar en Dios es la base de la vida, pero todos necesitamos también confiar en los que nos rodean. Por eso la familia tiene que ser un grupo donde reine la más absoluta confianza entre sus miembros.
Cada nueva situación vivida en familia debe hacer renacer la seguridad de poder descansar en los demás, sin temer el abandono o la traición.
5. Comunicación
La última “c” a la que nos referiremos aquí será la de comunicación que es otro pilar fundamental en las relaciones familiares, hasta tal punto que podemos afirmar que: “las relaciones se mueren por lo que no decimos”. Es muy importante hablar y dejar que los demás se expresen, tanto nuestro cónyuge como nuestros hijos.
Pero la comunicación en familia requiere de un clima cálido en las relaciones. Un ambiente positivo, en el que se cuida la expresión verbal y la comunicación no verbal, en el que se está muy alerta ante nuestras propias reacciones y ante cómo generamos un espacio adecuado para comunicarnos bien.
Este tema se trata de manera mucho más completa en el libro Psicología para la vida diaria.
Psicología para la vida diaria, Ester Martínez y Eduardo Bracier
Psicología para la vida diaria está enfocado en que los lectores puedan ayudar a otros en el ministerio de consolación -al que todos los creyentes somos llamados- pero también para que cada persona que lo lea pueda prevenir o corregir pensamientos, actitudes y comportamientos que puedan llevarle a pasar por los túneles tratados en los distintos temas.
Los diez capítulos que componen el libro abordan asuntos que no agotan, en absoluto, la cuestión de la consejería bíblica, pero han sido seleccionados por su importancia y su prevalencia.
En los primeros dos capítulos se trata, de forma sencilla, la temida trilogía del estrés, la ansiedad y la depresión -que todos los seres humanos, sin excepción, conocemos en mayor o menor profundidad- para seguir con otros temas como el duelo, la amargura, la ira, el perfeccionismo, las relaciones personales problemáticas…, todos ellos muy importantes para meditar, ampliar y consultar, si el lector lo ve necesario o conveniente para su propia vida o para su ministerio.
Los autores combinan consejos muy prácticos para el día a día que han enraizado, como acostumbran a hacerlo, en la Palabra de Dios.