La alabanza nos recuerda cómo es la vida verdadera. Una de las amenazas mayores para la sabiduría y la virtud en una era tecnológica es que nos podemos contentar fácilmente con algo que está por debajo de lo mejor. ¿Qué tipo de vida queremos para nuestros hijos? ¿La vida fácil, segura y protegida que nos ofrece la tecnología moderna (el tipo de felicidad que el ocio y la riqueza pueden comprar)? La alabanza nos llama a salir de nuestros pequeños placeres en un mundo que aboga por lo fácil y omnipresente para experimentar la carga y el gozo verdaderos que suponen ser la imagen de Dios en un mundo donde nada es fácil, todo está quebrantado y, aun así, la redención es posible.
Es por todo ello por lo que la alabanza es lo más importante que puede hacer una familia.
Es lo más importante que podemos enseñar a nuestros hijos y lo más importante que podemos practicar a lo largo de nuestra vida. La comunidad judía lo ha sabido desde que fueron llamados por Dios para ser su pueblo escogido. Las palabras centrales de la alabanza de Israel están directamente relacionadas con la vida familiar:
Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor.
Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma
y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras
que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos.
Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por
el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas
a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una
marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones
de tus ciudades.
(Dt. 6:4-9)
Podríamos decir que el canto es, posiblemente, la actividad humana que combina de forma más perfecta el corazón, la mente, el alma y la fuerza. Casi todo lo demás requiere, al menos, una de estas facultades humanas fundamentales: el corazón, que es donde descansan la emoción y la voluntad; la mente, con la que exploramos y explicamos el mundo; el alma, el corazón de la dignidad e identidad humana; y la fuerza, la habilidad de nuestro cuerpo para cambiar el mundo. El canto combina cada una de ellas y es posible que sea la única actividad que lo consigue. Cuando cantamos en alabanza, nuestra mente se activa y piensa en lo que el texto dice sobre nosotros y sobre Dios; nuestro corazón se conmueve y expresa una serie de emociones; nuestra fuerza corporal es necesaria y, si cantamos con nuestra “alma”, alcanzamos lo más profundo de nuestro ser para hacer justicia al gozo y a la angustia de la vida humana.
Es totalmente posible aprender a cantar de verdad. Tal vez seas o no capaz de cantar sin desafinar, pero sí puedes aprender a cantar con tu corazón, mente, alma y fuerza. El mejor momento para aprender es durante la infancia, cuando nuestros cerebros están preparados para aprender, nuestro sistema neuromuscular está más receptivo para aprender a conectar la mente con la fuerza y estamos más dispuestos a intentar algo nuevo. Además, de todos los componentes de la alabanza bien liderada, cantar es el más accesible y participativo para los niños (¡escuchar sermones viene un poco más tarde!).
Siempre que sea posible, cantamos en casa, cuando nos visitan familiares y amigos, mientras limpiamos la cocina y doblamos la colada, cuando celebramos fiestas como la Navidad o la Pascua, cuando nos levantamos por la mañana y cuando nos cantamos a nosotros mismos para conciliar el sueño. Nuestras voces no se parecen en nada a la música pop, autoajustada y retocada mediante la tecnología y que ofrece una banda sonora insípida para una vida de consumo; sino que se trata del cantar que solo se hace en casa, donde todos te conocen a la perfección y donde puedes ser tú mismo. Este será el ensayo para el final de la historia, cuando todas las palabras serán canción y todo el universo se llenará de alabanza.
Este es un fragmento del libro de Andy Crouch, Familias tecnológicamente sabias.
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