Usar bien las tecnologías tiene que ver con que, al hacer el balance de si nos están aportando o mermando en nuestra vida, nos damos cuenta de que han venido a sumar y no a restar. Los que nos rodean, probablemente, tienen mucho más que decir sobre eso que nosotros mismos, porque demasiadas veces no nos damos cuenta de cosas que, fuera, son bien evidentes. Esa referencia externa, cuando es de fiar, de gente que nos quiere y con criterio, nos puede indicar bastante bien el estado de la cuestión.
Por otro lado, nuestra vida y la de nuestros hijos tiene muchas facetas. Está la personal, la familiar, la social, la del trabajo o los estudios…, y para poder decir que una tecnología está siendo usada correctamente, deberíamos asegurarnos de que esta aporta y suma en cada una de esas áreas. Si, por ejemplo, aporta en una en detrimento de otra, habría que analizar por qué y valorar si no se ha entrado, de alguna forma, en el abuso y no en el uso.
Si queremos movernos en el uso y no en el abuso de las nuevas tecnologías, hay cuestiones que no podemos sacrificar por el camino:
Tener límites sanos en todo lo que se hace
Da igual si hablamos de comer, dormir, hacer deporte o estudiar. No se trata de si la actividad es buena o mala en sí, sino del uso que hacemos de ella. Y lo que separa al uso del abuso son los límites. ¿Tienes un hijo que responde bien a los límites que le pones en cuanto a la tecnología? ¿Sabes tú ponerle esos límites? ¿Va el niño tendiendo a autorregularse y a ponerse los suyos propios? Si las respuestas a estas preguntas en algún caso son NO, este es, sin duda, un tema a apuntalar antes de que puedas relajarte. Nunca lo hagas del todo, en cualquier caso, porque incluso los límites asimilados tienden a distenderse por sí mismos con el propio paso del tiempo.
Que el uso de la tecnología sea puntual y no la norma
En un momento dado, por cansancio u otros factores, nuestros hijos pueden buscar el significado de una palabra en internet. Pero sería bueno que, por costumbre, usen el diccionario, que les obliga a pensar. Igual sucede con las calculadoras. En ocasiones, por alguna excepción a la norma, los chicos pueden jugar a la consola un miércoles (ese día es su cumpleaños, no tienen ningún deber, se han comportado especialmente bien en esa semana…), pero los padres no estamos obligados a garantizar para ellos un tiempo diario de uso tecnológico. Es más, aunque lo frecuente sea que en fin de semana haya un tiempo mayor para el uso de ciertos dispositivos, no debería ser un drama que un sábado no se pueda jugar a la consola porque la familia se va de excursión. Hemos de hacer desaparecer la omnipresencia tecnológica a base de reorientar nuestros hábitos.
Los contenidos han de ser transparentes y supervisados
Un buen uso requiere transparencia. De no ser así, se produce en un contexto de ocultación, de medias verdades, en el que es muy fácil perderse incluso siendo adulto, cuánto más siendo más joven. Haremos bien en pensar, por otro lado, que nuestros hijos tienen mucha más capacidad de la que pensamos para diferenciar el bien del mal. Porque, de hecho, todas aquellas cosas que terminan haciéndose a escondidas tienen mucho que ver con que, efectivamente, distinguen como mínimo que a los adultos alrededor suyo aquello que están viendo, haciendo u oyendo no les va a gustar.
Esta transparencia debería ser la condición de partida para un buen uso tecnológico, da igual si somos niños o adultos
Sería algo así como “Yo no te voy a invadir el móvil, pero si en un momento necesito transparencia, quiero poder pedírtela y deseo una respuesta clara de tu parte”. Cuando no hay nada que ocultar, eso no tiene por qué ser un problema. Solo lo es cuando se esconde algo. Y no necesariamente tiene que ver con una desconfianza, como tal, hacia el otro, sino con la desconfianza que debería producirnos, al menos a la luz de los que sabemos sobre el ser humano, nuestra propia naturaleza y la de nuestros hijos, que es la misma. Está asociado, en definitiva, con la buena práctica de rendir cuentas de manera periódica, como forma de control sobre nuestra propia conducta, aunque no hayamos hecho nada malo, ni se sospeche de ello.
Tener una vida rica en actividades sin tecnología es también fundamental
A veces hay esas actividades, ciertamente, pero se hacen con desagrado, con pesar, intentando huir cuanto antes de aquello y volver a lo digital. Ese tipo de actitudes son muy sintomáticas. Por ejemplo, algún padre puede decir “Si yo juego con mis hijos a juegos de mesa”, pero quizá no cuenta que lo hace con el móvil al lado, atento a lo que aparecerá en la pantalla en cada momento y bien pendiente de cualquier mínima excusa para poder abandonar la actividad familiar y volver a lo que verdaderamente acapara sus sentidos. En el caso de los chicos, lo notamos especialmente en las resistencias que ponen para, por ejemplo, bajar a una piscina, ir de excursión u otras actividades lúdicas fuera de casa y sin tecnología (no digamos si, en vez de esto, se trata de leer, charlar o pasear). Cuando a lo tecnológico no se opone ninguna resistencia y a lo demás sí, hemos de observar bien de cerca y empezar a ser más firmes con ciertas cosas, recordando que no necesitamos que esas actividades no tecnológicas sean hechas de absoluta buena gana para implantarlas. No necesitamos ni el permiso, ni la colaboración agradable de nuestros hijos para ello, así que no lo supeditemos. Sus reacciones de desagrado y de mala cara son una forma de presión como cualquier otra sobre nosotros para que cambiemos de opinión.
Si la tecnología se ha convertido en un recurso para cubrir déficits (emocionales, de habilidades sociales, etc…)…
… es clave no permitir que los dispositivos impidan dedicar el tiempo y los esfuerzos necesarios para aprender realmente esas habilidades que faltan. Si el niño tiene carencias afectivas de las que eres responsable, cúbrelas. Si le faltan habilidades para relacionarse, crea el clima y el entorno para que pueda aprenderlas. Si tiene poca creatividad para jugar o le cuesta entretenerse, ayúdale a fortalecer esas áreas, pero no permitas que la tecnología sea el permanente comodín para que ni tú, ni él, dejéis de hacer lo que verdaderamente corresponde.
Este es un fragmento del nuevo libro que publicaremos muy pronto, Educar hijos en la era digital 1, de Lidia Martín.
Foto de Allen Taylor en Unsplash