“Todos los que están bajo el yugo de esclavitud, tengan a sus amos por dignos de todo honor, para que no sea blasfemado el nombre de Dios y la doctrina. Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amado los que se benefician de su buen servicio. Esto enseña y exhorta” (1 Tim. 6:1-2).
¡En lugar de enseñar que la esclavitud es cosa aberrante y que los esclavos deben rebelarse contra sus amos y defender sus derechos como seres humanos, Pablo los enseña a someterse, tratarlos con respeto, y, si son creyentes, que los sirvan aun mejor!“Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3: 22,23). Ser creyente no cambia los roles. Los esclavos siguen siendo esclavos y siguen teniendo que someterse a sus amos, y las mujeres siguen siendo mujeres con la obligación de someterse a sus maridos: “Casadas estad sujetas a vuestros maridos”, y los hijos a sus padres:“Hijos, obedeced a vuestros padres en todo” (Col. 3: 18, 20). El mismo que escribió estas instrucciones escribió: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3:28). En cuanto a la salvación, no hay esclavo ni libre, pero en cuanto a roles dentro de la sociedad, sí que lo hay: el esclavo sigue siendo esclavo con la responsabilidad adicional de ser un esclavo ejemplar por amor a Cristo.
Somos iguales en valor delante de Dios, pero no en cuanto a roles, ministerios, responsabilidades y deberes. Si tu jefe en el trabajo es creyente, esto no significa que puedes tratarlo como colega, como amigo, para discutir con él las condiciones de tu trabajo. Él manda. Si estás en un ministerio cristiano, tienes que someterte al responsable, tratarle con respeto, y obedecerle, aunque no estés de acuerdo con lo que manda. Es tú jefe, no tu amigo del alma. Hay una distancia que se tiene que guardar. Lo mismo pasa con el pastor. Hay que someterse a él, aunque sea tu amigo. Tú estás bajo su responsabilidad y tienes que obedecerle:“Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos” (Heb. 13:17). La igualdad en cuanto a la salvación no quiere decir que esta es una democracia y que yo puedo hacer lo que me parece, o presentar mi opinión y esperar que se haga lo que yo estimo conveniente.
En el mundo nos enseñan a defender nuestros derechos, que hay igualdad absoluta, que la sumisión es cosa del pasado, que ya no hay roles, que puedes tutear a todo el mundo, y el resultado es que el respeto para la autoridad se ha ido y la convivencia es mucho más complicada. Sube una generación que no respeta a padres, ni a profesores, ni a pastores, ni a jefes, ni a gobernantes, ni a maridos. El resultado es una persona indisciplinada, indomada, rebelde, egoísta, con falta de respeto, que no ocupa el lugar que le responde. El Señor Jesús se sometía a la voluntad del Padre siempre, y por ello, no era menos, sino más, más glorioso, más digno, y más hermoso como persona. La sumisión embellece el carácter del que se somete, porque demuestra su humildad, una cualidad hermosa que solo puede demonstrar la persona que es segura de su valía en sí misma y de su identidad delante de Dios. El más grande en el Reino de Dios es el Siervo del Señor, el Señor Jesús, el más sumiso de todos.