“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto… En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos… Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Juan 15:5, 8, 16).
Según los comentaristas, el fruto aquí en cuestión son los frutos del Espíritu Santo en las vidas de los discípulos de Jesús, que transforman nuestro carácter para que sea como el de Jesús. Entonces, con este carácter, vamos y llevamos fruto en nuestro ministerio. Los frutos, pues, no son cosas de Dios sueltas en nosotros, sino una parte nuestra, de nuestro carácter. Vamos a mirarlos uno por uno.
Amor. Con el fruto del amor, llego a ser una persona amorosa, cariñosa, compasiva, misericordiosa y comprensiva. Tenemos una amiga que es un buen ejemplo de este fruto. Va por la vida bendiciendo a todo el mundo. Escribe una carta a un médico pidiendo hora, y le bendice a él y a su familia. Tiene un ministerio entre las mujeres más necesitadas de la calle y las ama. Se identifica con su sufrimiento. Llora con los que lloran. Este es el fruto que les hacía falta a los fariseos. Ellos rechazan, descalifican, juzgan y condenan. No les importa el sufrimiento de la gente. No conocen la misericordia (Mat. 9:9-13).
Gozo. Con el fruto del gozo, llego a ser una persona gozosa. Para tener este fruto hemos de aprender a echar nuestras cargas sobre el Señor y absorber gozo del suyo, como la rama absorbe vida de la vid. Llamé a una amiga que estaba sufriendo una pérdida importante. Le dije: “No te voy a contar nada mío, porque ya tienes suficiente con lo tuyo”. Me contestó: “Me puedes contar lo que quieres, porque no me lo quedo”. Había aprendido esta gran lección. La persona gozosa no vive triste, abatida, apesadumbrada, afligida, negativa, gruñona, amargada y resentida, sino consolada y feliz en el Señor. Va dando gozo a los demás. ¡Es un gozo estar con ella!
Paz. El fruto de la paz me convierte en una persona pacífica. Tengo paz con Dios, una paz interna, y vivo en paz con todo el mundo. No voy creando tensiones. No discuto con todo el mundo. No soy conflictiva o contenciosa. Tengo paz por dentro: no soy nerviosa, ansiosa, o preocupada, sino tranquila y confiada en Dios. Con esta paz puedo descansar en el Señor.
Paciencia. Tener el fruto de la paciencia significa que soy una persona paciente. Tengo paciencia con los sufrimientos de largo plazo en la vida, con los fallos de los demás, con las cosas que no puedo cambiar. No soy exigente, irritable, fácilmente molesta. No tiro la toalla con las dificultades de la vida cristiana, sino que persevero hasta el final. No vivo con excesiva prisa, siempre corriendo, sin tiempo para nada, sino como Jesús, que llevaba bien las interrupciones. Con paciencia espero el cumplimiento de todo lo que Dios ha prometido.
Jesús en mí es todo esto, ¡y más! Como discípulo, estoy aprendiendo a ser como mi Maestro.