“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto… En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos… Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Juan 15: 5, 8, 16).
Seguimos con la descripción de la persona llena del Espíritu Santo. ¡Se parece mucho al Señor Jesús!
Benignidad. Gentileza. Es una persona amable, llena de gracia, sabe estar; su comportamiento es inofensivo: no hace daño; no tiene maldad; no es malicioso. No desea el mal de nadie, sino su bien.
Bondad. Es buena persona, bondadosa, generosa. Tiene integridad, honradez, rectitud. Ofrenda, ayuda, regala, da. Es afable y hace el bien.
Fe. Fiel, fidelidad. La persona que ha desarrollado este fruto es fiel en su relación con otros, fiel a sí misma, y fiel al Señor. Es responsable y comprometida. Pedro no fue fiel al Señor al principio cuando le negó tres veces, pero después, sí, cuando puso su vida por él. Esta persona es leal, como el compañero de Cristiano, Fiel, en la alegoría “El Progreso del Peregrino”.
Mansedumbre. Esta persona es mansa, domada, humilde, lo contrario de orgullosa, terca, obstinada, cabezuda, engreída y arrogante. No se ve más inteligente o más espiritual que todo el mundo; no siempre tiene que tener razón, no es autoritaria. El Señor Jesús dijo de sí mismo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. La persona que tiene este fruto se deja enseñar, acepta la corrección y disciplina, no insiste en lo suyo; no tiene que ser como ella dice. Da el primer lugar a otros. Puede pasar desapercibida y no se ofende, y ocupar el último lugar sin sentirse molesta. No es agresiva. No invade. No ataca. La humildad es una de las cosas más hermosas del carácter cristiano.
Templanza, dominio propio. La persona con este fruto se controla, se disciplina, se domina. No se pasa, ni comiendo, ni bebiendo, ni gastando, ni hablando. Practica la moderación en todo. Es sobria, comedida. No es llevada por sus pasiones, emociones, o deseos, sino por su buen juicio.
El resultado de estos nueve frutos del Espíritu Santo es un carácter santo, es la formación de Cristo en nosotros. Este carácter santo reside en un cuerpo santo, que es el templo del Espíritu Santo, y desde este templo el espíritu ora, en conjunto con el Espíritu Santo. María, sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra, la Palabra de Dios, y nuestra respuesta a la Palabra de Dios es la oración. Por eso, el capítulo que habla de permanecer, Juan 15, habla mucho de la oración: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.” Y: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (v. 7, 16). La persona de carácter santo ora, Dios contesta, y ella lleva mucho fruto para la gloria de Dios, porque ¡el fruto siempre produce más fruto!