Estoy leyendo el nuevo libro de Tim Keller, Justicia generosa. Cómo la gracia de Dios nos hace justos. Keller trata el tema matizándolo con suma atención. Tan importante como su tratamiento, su pasión (y la pasión de Dios mismo) a favor de los pobres y los más vulnerables nos llega de manera contagiosa. Este libro es interesante tanto para los ya comprometidos con la “justicia social”, como para los que todavía tienen dudas al respecto.
Tim ha sido lo bastante amable y generoso como para hacerme un hueco en su apretada agenda de trabajo y responder a mis preguntas. Las negritas corresponden a mis preguntas.
Comenzaré con la clásica pregunta del millón, ¿qué es la justicia y qué significa hacer justicia?
Hacer justicia significa dar a las personas lo que les corresponde. Así, por una parte, supone poner límites a los transgresores e imponer castigo en lo oportuno, y por la otra implica ofrecer a la gente lo que se les debe por ser hechos a imagen y semejanza de Dios. Nick Wolterstorff afirma que, por causa de esa imagen, todo ser humano tiene unos derechos que no podemos olvidar. Eso supone estar protegido de asesinato, secuestro o violación. Como es lógico e inevitable, el tema da para infinitas discusiones y matizaciones. Pero esa es mi definición básica fundamental. En la práctica, esto se traduce en la aplicación de la ley en total generosidad hacia los pobres. (Personalmente, estoy convencido de que los capítulos 29 y 31 del libro de Job contemplan la generosidad como parte imprescindible de lo justo).
Al comienzo del libro, explicas que escribes para cuatro clases de personas: los ya entusiasmados con hacer justicia, los que tienen reservas al respecto, aquellos que han expandido su misión para hacer justicia social y los que creen que la religión lo envenena todo. Resumido en una frase, ¿qué le dirías a cada grupo?
Espero que el compromiso del primer grupo sea a largo plazo y que crezcan en madurez espiritual y teológica.
Me gustaría que el segundo grupo sea plenamente consciente de la verdad que contienen las palabras de Jonathan Edwards que “no hay mandato en toda la Biblia más tajante que el de ser generoso con los pobres”.
Respecto al tercer grupo, espero que tengan muy en cuenta la necesidad de no permitir que un énfasis desproporcionado hacia la práctica de la justicia, socave la necesaria labor de evangelización y discipulado por parte de la iglesia. En ese sentido, es imprescindible hallar un equilibrio. (Vaya, ¡me han salido dos frases!)
En cuanto al cuarto grupo, creo que tendrían que reconocer que gran parte de su manera de entender la justicia y los derechos que la acompañan tiene su origen precisamente en la Biblia y que, incluso en sus críticas, están aplicando principios derivados del cristianismo.
¿Cuál es tu versículo preferido en relación con el amor de Dios hacia los necesitados o a nuestro llamamiento a practicar la generosidad en el marco de la justicia?
No tengo uno solo. La parábola del Buen Samaritano en su totalidad ha influido sobremanera en mi comprensión sobre el tema.
¿Por qué te apasiona tanto este tema?
Bueno, leo la Biblia al respecto y me sobrecoge la cantidad de material que muestra preocupación por los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Mi don personal es, creo yo, el de la evangelización, y he de decir que nunca he tenido experiencia de primera mano en comunidades o países verdaderamente pobres. Pero lo que encuentro en la Biblia me lleva a concluir que es una cuestión de absoluta importancia para Dios, aunque no sea un área primaria de orientación en mi caso. Mi pasión en ese sentido tiene que ver con mi deseo de ser y obrar conforme a la Biblia.
¿Qué haces a título personal para hacer efectiva una justicia generosa?
En la iglesia Redeemer, de la que soy pastor, contamos con un diaconado que trabaja con ahínco y dedicación para atender las necesidades presentes en nuestra comunidad. Complementado, además, por la ayuda prestada en su momento en la fundación del proyecto Hope for New York, organización independiente con la que tenemos un estrecho vínculo, que se materializa en una aportación de tiempo y dinero en un entorno urbano. Como digo expresamente en el libro, son muchas las iglesias metropolitanas comprometidas a fondo con un ministerio directo entre los pobres. Los programas y actividades en ese sentido hacen posible, además, que los responsables de distintas iglesias dispongan del debido tiempo para atender a su propia congregación. Con esa división de tareas, se hace realidad en la práctica la visión de Abraham Kuyper, de la necesidad de contar con sociedades y asociaciones para un adecuado funcionamiento que no deje sin atender ninguna área. En cuanto a mi aportación personal en la ciudad de Nueva York, creo que puedo decir que ha sido poner en marcha y mantener una iglesia que contribuye responsablemente en esa área.
¿Algún consejo para los creyentes interesados en transformar la sociedad presente llevando paz en el marco de iglesias comprometidas?
Estoy totalmente convencido de que hacer discípulos y justicia, guardan una cierta relación con la fe y las obras que deben acompañarla. La sola fe es la base de la salvación, pero siempre ha de hacerse evidente por las buenas obras que la acompañen. No hay que pensar, evidentemente, que la abundancia de buenas obras es automáticamente sinónimo de salvación. Pero, desde luego, tampoco se pueden dejar a un lado las buenas obras como si fueran algo meramente opcional. De forma similar, puedo decir que lo primero que tengo que decirle a la gente que viene a la iglesia es “cree en Jesús” y no “haz justicia”. ¿Por qué es así? En primer lugar, porque creer en Jesús es la respuesta a una necesidad aún más radical y en segundo lugar, porque si no se cree en Jesús no habrá una motivación con base en el Evangelio para hacer efectiva la clase de justicia de la que hablo en mi libro.
Se trata de una prioridad absoluta. Eso no impide que la iglesia tenga que instruir de forma constante y consecuente a la congregación para que practique y haga efectiva la justicia. Para Dios eso es algo importante y acorde con su soberana voluntad. Por ello, apelo a una especie de “equilibrio no simétrico”. Lo cierto es que tengo la impresión de que no siempre es ese el caso en nuestras iglesias. El énfasis en la justicia social suele anticiparse a creer en Jesús, mientras que en algunos otros casos, el temor a caer en un énfasis desmesurado en un evangelio social, lleva a no ocuparse del tema en absoluto. Esos extremos son erróneos. Una genuina iglesia bíblica deberá ser por completo evangelista, pero sin perder de vista el compromiso necesario con los pobres de su entorno.
Creo que, de alguna manera, estás familiarizado con algunas de las cosas que yo mismo digo respecto a la justicia social y la misión de la iglesia. ¿Algo que quieras decirme o matizar en mi caso?
Bueno, he de confesar que no soy un lector asiduo de tu blog. Pero en base a lo que he tenido ocasión de leer, puedo decir que me impresiona siempre la profundidad y el rigor con el que tratas los temas. En concreto, cuando afirmas que “la misión de la iglesia es hacer discípulos, no el cambiar el mundo”, en un cierto nivel concuerdo contigo, tal como se desprende de mis respuestas en los apartados cinco y seis. Aun así, quisiera precisar que hay primero que discipular a las personas para seguir a Cristo no solo en el ámbito de la iglesia, sino en el mundo en toda su extensión. Por ejemplo, si un creyente cuya profesión es la de actor, te pregunta qué papeles puede aceptar como cristiano y qué otros debería rechazar; o si un asesor financiero quiere saber cómo obrar en relación a inversiones no muy claras; estaremos sin lugar a dudas ante preguntas que tienen que ver directamente con un discipulado cristiano. Si el discipulado lleva a la persona a obrar en consecuencia con su fe, la justicia que de ello se siga incidirá en el entorno social. Creo que estarás de acuerdo conmigo en que es así. Mi propuesta al respecto es que cuando decimos “hay que hacer discípulos, no hacer justicia o cambiar el medio”, puede dar la impresión de que discipular no va más allá de evangelizar, realizar un seguimiento y aumentar el número de la congregación. Pero lo cierto es que hacer discípulos supone mucho más.
Kevin DeYoung es pastor responsable en University Reformed Church (PCA) en East Lansing, Michigan, localidad cercana a Michigan State University. DeYoung está casado con Trisha y son padres de seis hijos. Puedes seguirlo en Twitter. Esta entrevista ha sido publicada originalmente aquí.
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