“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, ése lleva mucho fruto” (Juan 15:5).
Hemos estado hablando acerca de María y Marta. Mientras Jesús estaba aquí en la tierra y en su casa, María podía permanecer sentada a sus pies. Ahora, la situación es mucho más fácil; Jesús siempre está en nuestra casa, que es la suya, nuestro cuerpo, el templo del Espíritu Santo. Si permanecemos en una relación de amor con él, y de fe y obediencia a su Palabra, permanecemos, y el resultado es mucho fruto que se manifiesta en la transformación de nuestro carácter. Llegamos a ser personas compasivas, gozosas, pacificas, pacientes, amables, buenas, fieles y auto-controladas.
Alguno dirá: “Un momento. ¿Por qué estamos hablando de nuestro carácter? ¿No es un ministerio eficaz el resultado de nuestro permanecer? Yo amo a Cristo y le sirvo. ¿Qué tiene que ver esto con mi carácter?” A esta objeción contestamos: “Todo. Todo tiene que ver. Sin un carácter cristiano, no podemos servir al Señor; los dones son inservibles”. Vamos a pensar un momento. Sin amor, ¿puede uno ser pastor? ¿Puedes servir en la ayuda social? Sin gozo, ¿puedes cantar en el grupo de alabanza? Sin paz, ¿puedes visitar a enfermos? ¡Estarías contándoles tus problemas! Sin fe, no puedes llevar un grupo de oración. Sin paciencia no puedes trabajar en la escuela dominical. Y sin control propio te enfadas y peleas con todo el mundo, ¡y adiós ministerio!
¿De dónde vienen los roces y conflictos entre hermanos en el servicio cristiano? De cosas de nuestro carácter, del orgullo, el egoísmo, la impaciencia. La devoción a Jesús no es suficiente para servirle. Necesitas un carácter cristiano. El orden es este: Estás sentado a los pies de Jesús y permaneces en esta actitud y el resultado es que se producen los frutos del Espíritu Santo en ti, y luego tienes un ministerio fructífero.
Vamos a volver a Marta. Ella servía al Señor Jesús, pero ¿cómo era su carácter? Era mandona, crítica, irritable, impaciente y quejica. ¿Qué frutos del Espíritu Santo le faltaban? Todos. Pero ella estaba demasiado ocupada sirviendo al Señor para estar a sus pies, y allí es donde se cambia el carácter. ¿Su servicio agradó al Señor? No la felicitó, pero a su hermana, sí. Hemos de ser una María primero, y luego una Marta. Allí es donde fallamos la mayoría. Amamos al Señor y salimos corriendo para servirle, sin los cambios de carácter que son imprescindibles, y el resultado nos desanima, porque el servicio en la carne no produce ningún fruto duradero.
“Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (v. 16). Para ello, tenemos que pasar más tiempo a los pies del Señor, escuchándole. Tenemos que tener fe en sus promesas y obedecer sus mandamientos. Porque así se produce el fruto del Espíritu Santo en nosotros, reflejado en nuestro carácter, y con esta novedad de vida salimos para servir al Señor y llevamos fruto en nuestro ministerio.