“Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias, y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos e Cristo Jesús” (Fil. 4:6, 7).
No creo que haya cosa más conmovedora delante del trono de Dios que una madre rogando al Señor por la salvación de su hijo. El amor por Dios y por su hijo convergen en un acto de fe y súplica delante de Aquel que escucha con corazón de Padre. ¿Puede quedar impasible delante de tal despliegue de emociones encontradas: amargura de alma, fe genuina, preocupación urgente, temor a Dios, y amor de madre? Imposible. “¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?” (Lu. 18:7).
La hora nunca olvidaré
En que a mi madre oí decir:
“Jamás, ¡oh hijo!, dejaré
De suplicar a Dios por ti”.
Con tal ternura me miró,
Aún hoy su rostro puedo ver,
Según me dijo con fervor:
“De tu alma siempre busco el bien”.
El tiempo pasa tan veloz.
Mas suena aún en mi corazón
El eco de su dulce voz
Y de esta humilde oración:
“¡Señor! Escucha mi oración
Y de este hijo ten piedad,
Oh, dale pronto contrición,
Y sálvale por tu bondad”.
De cuánta pena causa fui
Por mi maldad y rebelión,
Los muchos años que seguí
Expuesta mi alma a perdición.
Feliz la hora en que por fin,
Ya humillado el corazón,
Al Salvador con fe acudí
En busca de mi salvación.
¡Cuán grato entonces recordar
La voz amada y oración
Con que solía implorar
Mi madre a Dios por mi perdón!
Y al terminar mi vida acá,
La encontraré en gloria y luz,
Y juntos hemos de entonar
“Loor a ti, Señor Jesús”.
F. H. Grey