“La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
Nos fascina saber de qué temas cantaban los creyentes de siglos pasados. ¿Cuáles fueron sus motivos de alabanza? ¿Cómo concebían a Dios? ¿Y a sí mismos? ¿Dónde estaba puesta su esperanza? Pues, a continuación hay un himno por Paul Eber, ¡del siglo XVI, ampliado por el conde Zinzendorf y traducido por Juan Wesley, dos siglos después! Es interesante ver como los tres compartan el mismo énfasis y estaban en la misma línea, todos unidos, atados con el mismo cordón de grana. Cada uno de ellos fue un gran hombre de Dios en su país en su día, y los tres juntos nos dan este potente himno. El temario es nuestra confianza en la sangre de Cristo para justificarnos en el Día de Juicio y concedernos entrada a las mansiones eternas. En base al mérito de su vida perfecta, Jesús nos regala su justicia, y por medio de su muerte, el perdón de nuestro pecado.
Jesús, tu sangre y justicia son mi belleza son y mi vestimento glorioso. En medio del mundo en llamas, así vestido, con gozo levantaré mi cabeza. Confiado en aquel gran día me presentaré, porque ¿quién de nada me acusará? Enteramente absuelto estoy por medio de ti, libre de pecado, temor, culpa y vergüenza. Señor, creo que tu preciosa sangre, que delante del propiciatorio, del trono de misericordia de Dios, para siempre intercede a favor del pecador, porque por mí, aun por mi alma, fue derramada. Cuando del polvo de la muerte me levante para reclamar mi mansión en los cielos, aun entonces esto será toda mi defensa: “Jesús ha vivido y muerto por mí”. Estrofa 1, Paul Eber, 1511-69 Estrofas 2-4, Nicolaus Ludwig von Zinzendorf, 1700-60 Traducido por John Wesley, 1703-91.