«Quiero que aprendan a escuchar bien y a cuestionar lo que les dicen»

“Finalmente dejé el cristianismo cuando tenía quince años”, escribió el famoso ateo Richard Dawkins en su último libro. Dawkins esperaba transmitir a la nueva generación de niños las buenas noticias de que no necesitan la religión. En las últimas décadas desde que se inició el movimiento del nuevo ateísmo, uno pensaría que este es el único mensaje que ha resonado en el mundo académico. Pero no ha sido así.

Se suponía que las creencias religiosas iban a reducir su impacto a medida que la modernización arrasaba el mundo. Pero no ha sido así. Se suponía que cada vez sería más difícil justificar que eres cristiano en el mundo académico y serio, y, al mismo tiempo, ser ortodoxo respecto a las Escrituras. Pero no es así. Se suponía que abandonar la religión nos haría personas más felices, sanas y más morales. Pero no es así. En realidad, incluso Richard Dawkins ha tenido que reconocer (de mala gana) la evidencia de que las personas que creen en Dios parecen comportarse mejor que las que no creen. (…)

Haciendo eco de los beneficios para la salud mental y física de los adultos, existe cada vez más evidencia de que llevar a cabo de manera regular prácticas religiosas es bueno para la salud, la felicidad y el comportamiento social de nuestros hijos. El mismo año que Dawkins publicó su libro, la Escuela de Salud Pública de Harvard publicó un estudio longitudinal del impacto de ser criados en un ambiente religioso sobre los adolescentes y se descubrió que contribuye a una gran variedad de consecuencias positivas sobre la salud y el bienestar más adelante en la vida. (…)

Por supuesto, estos estudios no demuestran que creer en Dios sea lo correcto o que el cristianismo sea verdad. Sin embargo, deberían hacernos parar y pensar antes de rechazar las perspectivas religiosas y asumir que nos va mejor sin ellas. Como explica Erika Komisar:

Como terapeuta, a menudo me piden que explique la razón por la que la depresión y la ansiedad son tan comunes entre niños y adolescentes. Una de las causas más importantes (y quizás la más ignorada) es la disminución del interés en la religión.

Si bien estos datos pueden desafiar a los padres que no sean religiosos, la “disminución del interés en la religión” (al menos en Occidente) preocupa a los creyentes. Del mismo modo que está creciendo la evidencia de los beneficios de criarse en un ambiente religioso, las tendencias culturales están arrancando a los niños y adolescentes de sus raíces religiosas. Así que, ¿qué deben hacer los padres, abuelos y cuidadores en ambos bandos de estos grandes debates?

Sean cuales sean nuestras creencias sobre Dios, hay algunas cosas en las que creo que todos estamos de acuerdo: queremos que nuestros hijos sean felices, estén sanos, llenos de propósito y que sean buenos. Muy pocos de nosotros queremos mentir a nuestros hijos, y menos en lo que se refiere a nuestras creencias más profundas. Deseamos que conozcan la verdad. No obstante, también buscamos protegerlos de las mentiras que pueden parecer convincentes. En el fondo, sabemos que la tensión es real: para que nuestros hijos estén a salvo a largo plazo, debemos dejar que asuman ciertos riesgos ahora. Somos conscientes de esta realidad cuando se trata de habilidades prácticas. (…) Pero ¿cómo se traduce esto en el mundo de las ideas?

Para algunos padres, es una obligación proteger a sus hijos de ideas peligrosas. He escuchado este argumento tanto de cristianos que no quieren que sus hijos estén expuestos al ateísmo como de ateos que no querían que sus hijos estuviesen expuestos al cristianismo. Incluso lo he escuchado de padres que creen que están animando a sus hijos con una mente abierta a explorar las diferentes tradiciones religiosas, si bien insisten que deberían respetar a todas por igual. Para estas personas, la idea peligrosa es que quizás una religión sea verdadera. Muchos de nosotros, que estamos ahora involucrados de lleno en la crianza de nuestros hijos, crecimos con la idea de que cuestionar las creencias religiosas de una persona era algo arrogante, ofensivo y equivocado. Las creencias son personales y no deberían desafiarse.

En este libro, quiero ofrecer un enfoque distinto. En lugar de proteger a mis hijos de ideas discrepantes o animarlos a considerar todas las creencias como iguales, quiero equiparles para que mantengan conversaciones reales con personas reales que piensan de manera muy diferente a ellos y a mí. Quiero que aprendan a escuchar bien y a cuestionar lo que les dicen. Si lo que creo es verdad, pasará la prueba.

La fe cristiana surgió en un mundo que reaccionó con hostilidad y violencia ante sus declaraciones. Pero en lugar de extinguir la pequeña llama de la iglesia primitiva, los vientos de la oposición le dieron el oxígeno necesario para extenderse. Dos mil años después todavía se está extendiendo en el mundo. Sin embargo, no quiero que mis hijos crean en Jesús únicamente porque yo lo digo o porque es la religión más grande y diversa en el mundo o solo porque ir a la iglesia te hace más feliz, te sientes más sano y eres más generoso hacia los demás.

Quiero que vean a Jesús por sí mismos y que crean que lo que Jesús dice acerca de él es verdad.

Querer esto para mis hijos no implica que esconda las otras opciones. En todo caso, creo que Jesús brilla con más fuerza cuando se quitan todos los velos. Me imagino que, si no eres seguidor de Jesús, tienes también la suficiente confianza en tus creencias como para pensar que pasarán la prueba y que tú también quieres que los jóvenes a los que amas, como padre o madre, abuelo o abuela, tío o tía, amigo o amiga, piensen por sí mismos.

Espero que este libro desafíe a todos los lectores a eso: a que piensen por sí mismos. Y, para ello, vamos a mantener algunas conversaciones de adultos.

(…) Mi hija mayor acaba de cumplir diez años y he escrito el libro de manera que me sienta cómoda con ella leyéndolo. Sin embargo, los niños se desarrollan a edades distintas y tú serás el mejor juez para saber si tu hijo o hija está listo para leerlo. Quizás debas leerlo tú antes de dárselo a tus hijos. O tal vez quieras leerlo con esos niños a los que amas. O es posible que prefieras que lo lean por sí mismos. En cualquier caso, espero que este libro genere conversaciones fructíferas.

(…) Harry Potter tenía once años cuando descubrió que había magia en el mundo. Richard Dawkins diría que creer en la historia cristiana es igual de infantil que creer que el mundo de Harry Potter es verdad. Pero los miles de profesores cristianos entre los más importantes en sus campos de estudio (que van desde la física a la filosofía y de la psicología y a la epidemiología) no estarían de acuerdo. Espero que este libro ayude a los jóvenes a pensar por sí mismos. Este es un punto en el que Dawkins y yo estamos de acuerdo.


Puedes hacerte con 10 preguntas que todo joven debe plantearse (y responder) sobre el cristianismo, de Rebecca McLaughlin, aquí.

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