“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mat. 16:16)”.
En tiempos de Aurelius Clemens Predentius (348-413), los teólogos debatían acerca de la definición exacta de la naturaleza de Jesús, de la relación entre su divinidad y su humanidad, y tachaban de herejes a los que no empleaban la misma terminología que ellos. Dejemos esta mentalidad de atar todos los cabos y miremos a Jesús. La Biblia nos revela la realidad de su perfecta humanidad y gloria transcendente, no para enseñarnos teología, sino para conducirnos a una relación en la cual Él llega a ser todo para nosotros. Mateo elabora su evangelio para revelar a los judíos, conocedores de la Ley, que el hombre Jesús de Nazaret es su Mesías y también el Hijo de Dios. Coloca la transfiguración en el mismo centro de su evangelio. De hecho, nos lleva a tres montes para enseñarnos a Jesús. El primero es el monte de la tentación, donde el diablo le ofrece los reinos de este mundo. El segundo es el monte de la transfiguración donde Dios revela su identidad. Y el tercero, el monte de la ascensión, donde todo poder en el cielo y en la tierra le es dado. Vamos a mirar la progresión desde el primero hasta el tercero para comprender quien es Jesús y cómo llegó a ocupar el lugar que ocupa.
En el relato de la tentación el diablo le lleva a un “monte muy alto” donde le muestra todos los reinos de este mundo (Mat. 4:8). No puede ser literal, porque no existe tal monte geográfico. La oferta del diablo es que se los entregarán si le adora. Jesús es el Mesías, el Rey. ¿Es este el camino al Reino? Los reyes de este mundo llegan a ostentar el poder por nacimiento, por emplear un sistema de politiqueo para congraciarse con la población, y por el poder de su ejército. ¿Quién está detrás? Satanás, el príncipe de este mundo. El diablo le dice: “Utiliza mis sistemas y puedes tener los reinos, ¡pero no te metas conmigo!” Jesús rechazó este camino.
El segundo monte es el de la transfiguración (Mat. 17:1). Pedro acaba de pronunciar: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mat. 16:16) en respuesta a la pregunta de Jesús en cuanto a su identidad. Ya que los discípulos saben quién es, Jesús empieza a revelarles que es necesario que el Cristo muera y resucita antes de reinar (17:21). A esta revelación Pedro se opuso. Ahora es portavoz de la voz del diablo: “Señor, ten compasión, de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (16:22), pero Jesús ya había superado esta tentación en el primer monte y no cae por la simpatía de Pedro. Ahora también interviene el Padre, confirmando la confesión de Pedro: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (17:5). Pedro había acertado acerca de la Persona de Jesús, pero no acerca de cómo iba a conseguir el reino. Jesús sabía que solo sería por medio de la cruz.
El tercer monte (Mat. 18:16) es el de la ascensión. La cruz ya ha pasado. Jesús ha resucitado, y el Padre le ha concedido todo poder: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18). No lo consiguió por los métodos satánicos de este mundo, sino por someterse a la voluntad de Padre a expensas de todo orgullo humano siendo el Cordero de Dios. Los reinos de este mundo ya son suyos en potencia, y lo serán visiblemente cuando vuelva a reinar en este mundo: “Los reinos del mundo han vendo a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Ap.11:15). “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!” (Ap. 19:6). Es el Cordero quien está sentado en el Trono de David su padre. ¡Aleluya!
(Mis apuntes del mensaje de David Burt dado en Montornés, 5/1/14).
Buenos días,
Gracias por transcribir y compartir este pensamiento.
Yo destacaría otro monte de la vida de Jesús: El monte del calvario, donde reconcilió Dios por medio de Jesús a la humanidad consigo mismo. Es allá, creo yo, donde Jesús mostró su actitud de entrega y sumisión total al Padre, una obediencia hasta la muerte.
Muchas gracias.
Dios les bendiga.
SDG.