Esta fue la pregunta que le hice a una madre de tres hijos. Al instante comenzó a enumerar algunas de las importantes actividades que sus hijos habían tenido que dejar de hacer: quedar para jugar con sus amigos, clases de música, clases presenciales en el colegio, deportes, grupo de jóvenes, cultos “normales” en la iglesia, cuentacuentos en la biblioteca o ir a cenar los viernes por la noche a su restaurante favorito.
Tras una pausa, continuó: “Eso es solo la punta del iceberg. Lo que es más importante y echan más de menos son los abrazos de los abuelos. Que ya no haya visitas de fin de semana, ni celebraciones con la gente importante. Hemos perdido el ritmo diario. Solíamos orar juntos y leer la Palabra a la hora de la cena. Ahora el picoteo sustituye a la comida. Nuestra casa es un desastre, ¡y nosotros también! Quejas, disputas, pesadillas, lloros, discusiones”.
¡Los cambios son difíciles! ¿Qué padre puede decir que no está luchando contra el desánimo? ¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Cómo podemos dar esperanza a nuestros hijos cuando nosotros mismos estamos luchando contra lo mismo? Piensa en esto, la adversidad es el combustible de Dios para volver a prender la llama de amor de sus hijos por él (Ro. 5:1-5). Aquí hay tres verdades para seguir adelante mientras preparas a tu familia para todos los deseos de Dios.
La adversidad nos lleva a clamar a Dios
Este mundo espera que los padres enseñen a sus hijos a mirar el lado bueno, pero ¿qué pasa cuando el lado bueno es difícil de encontrar? Dios no nos pide que finjamos que las cosas van bien cuando no es así. En su lugar, nos llama a clamar a él (Sal. 34:6, 42, 43). El salmista dice: “ábrele tu corazón cuando estés ante él. ¡Dios es nuestro refugio!” (Sal. 62:8). Deja que tus hijos te escuchen hablar con Dios de tus miedos, tristezas y desánimos. Puede que empiecen a ver la conexión entre nuestros problemas y nuestra necesidad de depender de Dios.
Las oraciones de lamento no son las de “todo está bien” que pensamos que nuestros hijos deberían escuchar. Recordar el pecado, la enfermedad y la muerte pueden hacernos sentir incómodos, pero no tenemos que fingir que todo está bien. Dios, en su Palabra y por medio de su Espíritu está con nosotros en medio de los tiempos difíciles. Él nos invita a nosotros y a nuestros hijos a hacer preguntas difíciles: ¿por qué Dios permite que pasen cosas malas? ¿Por qué las personas enferman y mueren? ¿Por qué hay tanto dolor y sufrimiento en el mundo? Las preguntas complicadas conducen a nuestros hijos a la esperanza sólida que necesitan.
Ahora que se acerca la Pascua, sigue a Jesús en su camino a la cruz leyendo el Evangelio de Lucas con tu familia. Prepárate, puede que tus hijos te sorprendan con más preguntas: Jesús no hizo nada malo, ¿por qué la gente lo acusó? ¿Por qué llamaron a Jesús por sus distintos nombres y luego lo golpearon? ¿Por qué Jesús tuvo que sufrir y morir? Puede que por primera vez tu hijo se dé cuenta de que el pecado no es solo el mal que hacemos, las cosas malas, el pecado está en nuestros corazones.
La tristeza por el pecado que viene de Dios duele, pero trae consigo grandes bendiciones. ¿Tu hijo pregunta sobre el sufrimiento y el sacrificio de Jesús? ¿Ves tristeza en su batalla diaria con el pecado? Muéstrale que Dios puede darle un nuevo corazón que anhele hacer el bien. Cuando clame a Dios, él lo cambiará desde dentro, “la tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación” (2 Co. 7:10).
La adversidad nos lleva a buscar a Dios
La Pascua nos muestra que hay propósito en la adversidad. Incluso cuando no entendemos lo que Dios está haciendo, sabemos que él es fiel a su Palabra. Sabemos que el futuro prometedor no es solo una ilusión porque Dios ha enviado a su Hijo a morir en la cruz por nosotros: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?” (Ro. 8:32). Ahora, desde esas adversidades de la vida, tenemos nuevos ojos para buscar las generosas promesas de Dios.
Mientras leéis la Palabra juntos, enseña a tus hijos a buscar a Dios, su persona y sus promesas. Abre la Palabra de Dios y muestra a tu familia lo que significa buscar el propósito superior de Dios. La adversidad no es una amenaza que evitar, en ella hay bendición, busca abrazar esa bendición. Nuestro amoroso Padre celestial está trabajando, nos está haciendo más como su Hijo, como Jesús.
La adversidad nos enseña a esperar en Dios
Nuestros hijos esperan muchas cosas que quizás sucederán o no, pero la esperanza en Dios no entiende de quizás. La esperanza en Dios significa que estamos seguros de que su palabra es verdad. Jesús murió en la cruz para pagar el castigo de nuestro pecado y abrirnos el camino para ser hijos de Dios. Resucitó venciendo al pecado y a la muerte para siempre. Ahora los hijos de Dios saben que ellos también tendrán una nueva vida tras la muerte (1 Co. 15:20-23). Sabemos que Jesús regresará (Lc. 22:16, 18, 19). Dios nos da esperanza para afrontar la adversidad mientras recordamos que todas sus promesas son para nosotros (2 Co. 1:20, 1 P. 1:13).
La Pascua es un tiempo para mirar a la cruz de Cristo y su resurrección, y para renovar nuestra esperanza en Dios. Cuando la adversidad nos desgasta, su esperanza es nuestro combustible para correr la carrera que tenemos por delante (Is. 40:31). Cuando la adversidad nos desalienta, su esperanza es el ancla de nuestras almas (He. 6:19). Jesús fue delante a preparar un lugar para nosotros (Jn. 14:2-3). Un día regresará y viviremos con él en su reino libre de pecado (1 Jn. 3:1-3). Él enjugará toda lágrima y tendremos gozo completo para siempre (Ap. 21:3-4, 22:5).
Vale la pena recordar

Un día la pandemia terminará. ¿Qué lecciones de este tiempo de adversidad merece la pena recordar?
La madre con la que hablé terminó diciendo: “Tremendamente ocupada es cómo describiría la velocidad frenética de nuestras actividades antes del distanciamiento social. Aunque ninguna de ellas era mala en sí, nunca había el tiempo suficiente para las cosas más importantes. Quizás este cambio abrupto nos permita dar un paso atrás y reorganizar nuestras prioridades”. ¡La adversidad nunca es nuestra primera elección! Pero como hijos de Dios podemos estar confiados en que estamos a salvo bajo su cuidado. La adversidad no es un accidente. La adversidad es el combustible de Dios para volver a prender la llama de amor de sus hijos por él (Ro. 5:1-5). Que esta Pascua sea un tiempo para que la familia descubra el verdadero gozo mediante la fe en Jesucristo.
Barbara Reaoch es la autora de La Navidad de Jesús (2020). Fue Directora de Children’s Division for Bible Study Fellowship International. Barbara vive con su marido, Ron, en Minneapolis, donde están aprendiendo a disfrutar de la nieve. Puedes encontrarla en www.barbarareaoch.com y en sus cuentas en Facebook e Instagram.