Recibir su gracia es dejar de mirarnos a nosotros mismos de forma egocéntrica

Pablo pasa el invierno del 56-57 d. C. en Corinto, en casa de Gayo. El plan del apóstol es entregar una ofrenda a la iglesia de Jerusalén y después ir a España desde Roma (Ro. 15:20). Pablo escribe con humildad presentando el evangelio de Dios, en la que será su carta con la exposición más sistemática de las epístolas. El tono es calmado, con un razonamiento lógico y ordenado, y un estilo ágil.

Pablo no pretende resumir toda la doctrina cristiana, sino aquellos aspectos fundamentales de la fe, formando una visión de conjunto.

Tal y como afirma David F. Burt, lo primero que los lectores deben saber es que el evangelio no es algo nuevo e inesperado, sino predicho en el Antiguo Testamento, que cita constantemente. El centro del evangelio es Jesucristo, el Hijo de Dios, que procede de la simiente de David según la carne. Jesús es divino y humano. La fe en Jesucristo es transformadora cuando su objeto es toda su persona y obra. En Cristo es revelada toda la justicia de un Dios justo, y el evangelio revela una justicia que Dios atribuye al ser humano en virtud de la fe. Tal y como vemos en Abraham, la fe es contada por justicia. El creyente, como Habacuc, vive por fe confiando en las promesas de Dios, tras recibir la vida eterna. Ser salvo es tener vida eterna, vivir para siempre por medio de Cristo.

El problema del ser humano es la falta de reconocimiento de Dios, al vivir en su pecado enemistado con él, sin verdadera paz. El hombre se vuelve cada vez más perverso cuando se aleja de la Palabra de Dios y se expone al juicio divino. Por otro lado, está el falso moralismo que juzga a los demás confiando en una justicia propia que, en la práctica, también elimina los méritos de Dios, para reafirmase en una autocomplacencia engañosa. Finalmente, esto solo produce ira e indignación divina.

En estos primeros ocho capítulos de Romanos que David F. Burt comenta, vemos que los judíos, a pesar de tener la ley de Dios, no son mejores personas que los gentiles, porque una cosa es tener la ley y otra obedecerla. Si somos sinceros, nos encontramos ante algo imposible como pecadores. La realidad es que estamos perdidos, si Dios en su gracia no nos transforma gratuitamente por medio de la fe en su Hijo, quien murió y resucitó para salvarnos de la esclavitud del pecado.

Recibir su gracia es dejar de mirarnos a nosotros mismos de forma egocéntrica, para dar la gloria al único que la merece como Señor y Salvador.

El camino del creyente no es fácil, como el propio apóstol Pablo pudo atestiguar, porque sigue la misma ruta que el Salvador. Es un patrón de experiencia con sufrimientos y aflicciones, pero donde se produce la santificación del creyente por medio de la obra del Espíritu Santo. La gloria del mundo venidero eclipsa los disgustos de la vida presente, a causa del maligno. La tribulación actual es leve, momentánea, y el futuro, glorioso por medio de Cristo.

Pablo presenta el remedio para nuestra condición moral y espiritual pecaminosa, desarrollando el contenido del evangelio, y nuevamente, David F. Burt lo explica de forma profunda, amena y didáctica.

David Vergara, reseña publicada originalmente en Edificación cristiana.


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