En este libro se analiza la descomposición o desaparición de la cosmovisión judeocristiana de la cultura occidental y sus consecuencias. En nuestros días hay un gran número de creyentes que dejan las iglesias o que acuden a las mismas de tarde en tarde, hecho que genera una fluctuación muy importante en la asistencia, y produce inestabilidad. Hay muchas iglesias en Occidente que desaparecen silenciosamente, a medida que la congregación envejece, y en aquellas que resisten, existe cierta desvinculación de los miembros que participan esporádicamente, pasivamente y con poco compromiso en muchos casos. El secularismo con una visión consumista parece imponerse con argumentos similares a los que aparecieron en la Ilustración del siglo XVIII, cuando se pretendía vivir una utopía que superara un cristianismo que se consideraba caduco. Se han superado guerras, crisis económicas, desastres humanitarios y parece que solo se mantienen iglesias que, a pesar de la intolerancia religiosa en muchos lugares, continúan ofreciendo actos de bondad en muchos casos discretos, con calor, comida, amistad y apoyo a personas que están en situaciones difíciles (p. 23).
Parece que lentamente se impone una nueva cultura en la era postcristiana, o como algunos denominan, un “poder blando”, una influencia indirecta más poderosa:
“No te sacan a golpes de la fe; te persuaden sutilmente: cada opción proclama en voz baja una especie de evangelio en el que la buena vida puede ser tuya” (p. 25).
Se trata de una visión utópica, progresista, metida con calzador, que conlleva más control con el engaño de creer que lo individual sin compromiso, ni límites, es la respuesta al futuro; y la tecnología –en particular internet– será el motor de esta progresión utópica donde deconstruir, o destruir la cosmovisión tradicional para alumbrar de nuevo al mismo individuo que, engañosamente, cree liberarse una vez más. Todo esto parte de los valores del hombre que se considera esencialmente bueno, infinitamente mejor que Dios mismo.

En realidad, vivimos en los tiempos de un nuevo pelagianismo, donde la salvación y perfección humana residen en el esfuerzo personal, algo que en la vieja Europa estaba muy inculcado antes de la Reforma y que vuelve a resurgir, pero dejando a Dios a un lado. Nietzsche, aplaudiría si levantara la cabeza. Nada nuevo bajo el sol. En realidad, como advierte el autor tras sus primeros esbozos, como dicen los Evangelios, Cristo es el único que realmente puede ver lo que hay en el corazón del hombre. La salvación no llega como fruto de la automejora, sino como una irrupción divina, un regalo inmerecido, la gracia de Dios (p. 45).
Las iglesias locales están en crisis en gran parte porque sus miembros han cedido el terreno en su propia vida a los dioses de la secularización.
Las iglesias locales están en crisis en gran parte porque sus miembros han cedido el terreno en su propia vida a los dioses de la secularización, aunque nos cueste negarlo, pero no olvidemos que son de diseño divino, al igual que el matrimonio y la familia. Por lo tanto, las respuestas las encontraremos viviendo a la luz de la Palabra de Dios siempre, aunque a veces surja la confusión propia de este mundo. No hay un mundo mejor que el Reino de Dios, por más que nos vendan otra cosa, pero hay que vivirlo activamente, sin teorizar tan solo sobre el mismo.
Este libro, es una muy buena oportunidad para reflexionar sobre la sociedad actual y merece la pena meditar en su análisis y buscar respuestas en la Palabra de Dios, donde nos acerquemos al prójimo de forma personal más allá del debate.
David Vergara, reseña publicada originalmente en Edificación cristiana.
