Estamos siendo desafiados constantemente por toda clase de autoridades. Desde la necesidad de ser populares hasta la presión de los medios por la que algunos pretenden tener derecho a establecer lo que está bien, lo que es conveniente, lo que hay que prohibir porque ofende a otros. Deberíamos preguntarnos quién de todas esas supuestas autoridades tiene el fin último de servir a la comunidad de forma totalmente sacrificada y sin ánimo de beneficio personal. Quién tiene la autoridad suprema, sobre todo, hoy en día. No una autoridad parcial con pies de barro, que cambia a su conveniencia, sino quién tiene la máxima autoridad, toda la autoridad.
Es sobre esta base que Jesús pide a los suyos, a sus amigos, que vayan a hacer discípulos de entre todas las etnias que pueblan la tierra. Si no fuera por la promesa de estar con ellos para siempre, este encargo no podría llevarse a cabo.
Lo que sabemos sobre Jesús da forma a lo que hacemos por él y viceversa. Cuando vivimos por Jesús, esto moldea nuestro entendimiento de lo que sabemos sobre él. Martín Lutero dijo: “Lo que hace a un teólogo no es comprender, leer o especular, sino vivir”. Por eso la teología no va destinada primariamente a los académicos. Más bien, la teología es una asignatura de la Iglesia.

En las páginas de este libro, sobre la base del texto de “la gran Comisión” en Mateo 28:18-20, Joey explica en profundidad cada una de las razones de que la autoridad suprema la ostente nuestro Señor y cómo dicha autoridad no es solo el fundamento del ministerio de la Iglesia, sino también el propio mensaje que proclamamos por medio de él.
¿Por qué “Jesús es el Señor” es una buena noticia? Jesús es mejor.
En palabras del propio autor, en este libro ha intentado exponer de manera clara y hermosa la doctrina de la autoridad suprema de Jesucristo. Para ello, explica el significado bíblico del término “autoridad”, tal como se aplica a Jesús en el Nuevo Testamento. El uso que hace Jesús de esta palabra en Mateo 28:18 es intencionado hasta un punto muy intenso y en su obra, Shaw perfila de forma magistral, pero comprensible, las conexiones entre la autoridad de quien comisiona y el contenido de la gran Comisión.
“Mi Señor, huelo el festín y escucho las risas y las charlas y los chistes, todos nuevos e ingeniosos. Frente a las largas mesas de la familia, una familia compuesta por muchos, cada día se sientan y celebran como si fuera el primero tras la guerra y después de que haya vuelto a salvo su Guerrero. El Guerrero entra en la sala. Recuerda el aroma de su sueño que calentó su cuerpo cuando estaba inmerso en sangre fresca… Junto al banquete, allá a la derecha está el Cordero. Hoy esta primera mirada entre ellos durará por siempre. ¡Hola muchacho! recupera el aliento y come algo. ¡Lo he estado preparando mil años y ya debería estar a punto! Y se ríen. El Cordero echa atrás su butaca y las familias acallan las voces con sobria expectación. El Guerrero se acerca y queda atónito. Su nombre está grabado en la butaca y en la palma de la mano del Cordero. Cuando se sienta, la fiesta prosigue, y las oleadas de risas vuelven a proyectar ese aroma a familiar por todos los mundos y por los sueños de los Santos”.
Como elemento original y sorprendente, cada capítulo viene introducido con un poema original como el fragmento citado. Para el autor, la poesía es una manera de expresar lo inefable e inducir a otros a hacer lo mismo. Le permite “catar” esos alimentos que solo toman los santos en el banquete celestial. Joey solicita que la poesía que forma parte de su obra se lea con detenimiento. Invita al lector a que no pase de largo por el contenido de su poesía. Quizá en voz alta, para su cónyuge o para un amigo o amiga. Invita a tomar un momento. Respirar hondo y aspirar con el aroma de la Mesa de los Santos. Estamos, por tanto, ante una invitación intensa y sincera de parte del autor a contemplar la gloria de Jesucristo. Una de sus diversas glorias: su autoridad.
Jorge Saguar, reseña publicada originalmente en Edificación cristiana.
